El proyecto intentaba consolidar el final del camino para evitar su posible prolongación hacia las cimas cercanas, limitar el aparcamiento, evitar la invasión de vehículos por los prados vecinos, resolver las disfunciones que aparecen entre los usos ganaderos y la afluencia de visitantes que llegan en busca del contacto con la naturaleza, y ubicar adecuadamente unos servicios públicos que originalmente se dispersaban por el entorno sin criterio ni limitación. Desde el inicio tuvimos la voluntad de enraizarnos con las cualidades del lugar utilizando para el proyecto aquellos materiales que tradicionalmente se usaban para la delimitación de fincas (como los perpiaños de granito) o para la consolidación de prados (como los muros de piedra seca).

Centramos la actuación en la construcción de un único muro de piedra que zigzaguea adaptándose a la topografía y que, aprovechando la disposición de las rocas existentes, limita la zona de aparcamiento de vehículos, indica el final del camino, sirve de soporte de fuentes, fuegos y basuras y acaba convirtiéndose en el pequeño edificio de servicios públicos. A la manera de un jardín de piedra japonés o de algunas de las intervenciones de “land-art” de Richard Long o Robert Smithson, el conjunto se encierra en un círculo de perpiaños que delimitan la actuación mediante una alambrada, impidiendo la entrada del ganado al interior del área de descanso.